Visitar pueblos en medio del verano es algo que hago año tras año. No puedo evitar caminar en medio de la tranquilidad, solo por la calle, dejando atrás los golpes y los empujones.
Marzo se anunciaba esa mañana. Cuando llegué al último destino de estas vacaciones, decidí caminar y comprar algo salado para comer en una galería cercana a la plaza central. Mis pasos resonaban en todo el lugar. Al salir, las escuché.
Las campanadas de la iglesia del otro lado de la calle retumbaban en toda la plaza. Ting… (silencio) Tong… Nunca había escuchada un sonido tan tétrico… Fue entonces cuando me dirigí a la capilla hecha de extraños elementos (que no se pueden citar por problemas legales) y salieron cinco personas. La primera vestía de negro, y estaba acompañada de un hombre de unos setenta años que lloraba. La tercera persona estaba vestida de blanco y lo reconocí como el sacerdote. Las otras dos personas estaban vestidas de azul oscuro, vistiendo trajes viejos. Fue entonces cuando salieron las demás personas llevando el ataúd.
Al ver tal imagen, acompañada por los sonidos de las campanas que entristecían la escena que veía, vi a la Muerte en persona. Estaba ahí, parada, con una mano en la manija del cajón. Y me miró. Y la miré.
martes, 11 de marzo de 2008
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