sábado, 7 de marzo de 2009

Amanecer en Bagdad

Andrea se despertó en la cama de al lado y se levantó, bajó las escaleras y tomó agua en la cocina. La seguí, porque siempre tuve una especie de paranoia respecto al sonambulismo, y vi que estaba sentada, en silencio, seguramente pensando.

-¿Por qué te despertaste?
-Quería tomar agua.

Su respuesta no me convenció. Me quedé unos momentos en silencio con ella, y finalmente habló. Me dijo que había tenido una pesadilla, pero no estaba segura de si había sido un mal sueño o si realmente lo había vivido. Me contó que el, aparentemente, sueño era sobre nosotros dos jugando en la pieza, y ella sintiéndose observada por alguien. Estábamos solos. Ella estaba hablando sobre algo que le había pasado a Santi el chico de enfrente, y ahí me comunicó que se sentía mirada por alguien que estaba debajo de la cama. Yo miré instantáneamente y no vi nada. Había dos botones plateados y desde cierto punto de vista (el de ella no) brillaban y con un poco de imaginación parecían dos ojos.

Dijo que de repente estábamos en la pieza, con mamá. “Los sueños son así, estás en algún lado, o hablando con alguien, y de repente estás en una situación totalmente diferente”, me dijo. Yo ya sabía eso, pero no dije nada. Continuó el relato. Dijo que yo dormía, y ella y mamá llamaban a la policía porque escucharon voces en el techo. Yo finalmente me desperté y salía de la habitación. Había un hombre vestido de rojo que se reía y cantaba una canción que yo siempre cantaba. Yo me acercaba mientras ella y mi mamá me gritaban que no lo haga, y de la nada apareció un hombre vestido de policía que nos decía que habían entrado a robar, que llamemos a la policía. Acotó que esa parte se justifica con una noticia que había leído unos días antes, sobre un ladrón que hizo algo similar.

Ya hacía varios minutos que estábamos los dos, descalzos y en pijamas, hablando sobre el sueño que había tenido Andrea. Habíamos vaciado la jarra y yo decidí preparar té. Nos quedamos otro momento en silencio y escuchamos unas voces al otro lado de la puerta. Mamá dormía. Lou no paraba de ladrar. De un momento a otro quedó en silencio. Las voces también se apagaron y entonces un hombre con una escopeta en las manos se presentó en nuestra cocina, sonriendo.

-Dejavú – dijo Andrea.

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